html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="en" lang="en" dir="ltr"> Diálogos picantes del Profesor Bruburundu Gurusmundu y su ayudante Chalapán Malacacha: junio 2010

martes, 1 de junio de 2010

El problema del clítoris en la vida de las monjitas

-No se conoce un animalito más nefasto en la historia de la humanidad que el clítoris.
-Si usted lo dice, Excelentísimo Reverendísimo, así debe ser.
-Su existencia, en sí misma minúscula y agazapada, hecha solamente para sobresalir en los grandes momentos, como el pecado que se libera dentro del confesionario, ha sido la causa de las guerras más fieras que han regado de sangre la faz de la tierra. Como sabrás, Malacacha, pueblos enteros se han citado en soleados y hermosos valles para despedazarse a hachazos en nombre suyo. Al caer la tarde los guerreros cuentan los cuerpos muertos, auxilian a los mutilados y rematan a los que piden la muerte a gritos. Llorando a mares los pocos que sobrevivieron a duras penas, todos magullados, pero al menos en aceptables condiciones físicas (ya que la salud mental la perdieron ese día para siempre) entran a la taberna y mientras se echan al seco una jarra de cerveza comentan entre ellos...
-¿Qué comentan, Maestro de Maestros?
-Me da pena decirlo.
-Dígalo, por favor, Sultán del Pecado. Su palabra enseña.
-Y todo por la champa de la reina. Eso dicen.
-Oh.
-Así es, querido Chalapán: el clítoris ha vuelto a causar estragos y sólo resta encomendarse a Dios.
-Veo que de a poco vamos llegando al tema que nos convoca esta noche, Profesor.
-No lo olvido, Chalapán.
-Si me permite esta arrogancia, lo noto ligeramente dubitativo, Profesor.
-Estás en la razón, Malacacha. Y es que antes de meternos de lleno al clítoris de las monjitas estimo necesario hacer un breve repaso de la historia de este adminículo y analizar su constitución. Luego podremos desarrollar el motivo que inspira esta conversación y enseguida finalizar con una breve conclusión, que es perfectamente eludible, porque lo que aquí interesa es lo contrario de lo que piensas, si es que lo que piensas es que lo importante es el fondo; o sea, la conclusión de nuestros diálogos.
-Razona como el agua cristalina de vertiente, Maestro.
-Como bien sabes desde que tienes edad para saberlo, Chalapán, esto es 12 años, el clítoris existe desde que se tiene conocimiento; en otras palabras, desde que el hombre caminó en dos pies por la tierra, mejor dicho la mujer. Hay dibujos de clítoris en las cuevas de Altamira.
-¿Dónde?
-Al lado de unos caballos que están arriba a la derecha de la pared, no la pared de más afuera sino la de más adentro, se puede apreciar como una rayita de menos de un jeme. Diversos antropólogos de la escuela funcionalista británica interpretaron durante décadas dicha rayita como la manifestación gráfica de un miembro viril y hasta la bautizaron como el piquito de las cuevas de Altamira, hasta que el profesor Edward K. Groffens, de la Universidad de Mississippi, demostró sin asomo de duda que correspondía al primer clítoris erecto dibujado por el hombre. "No se trata de un piquito, pues no va acompañado de sus correspondientes higos, mas sí de un clítoris que por su enorme desarrollo crea la ilusión de una corneta", dictaminó el investigador, con un lenguaje que le valió cierta reprimenda de parte de la comunidad científica.
-Cuánto saber en tan pocas palabras, Celebérrimo Gurú. Jamás me arrepentiré de pagar por estas clases. Con razón se dice que la buena educación no debe ser gratuita.
-El clítoris continuó haciendo acto de presencia en Egipto, Malacacha (varios arqueólogos lo asocian con la forma de las pirámides); luego se han documentado rastros visibles suyos en Grecia y Roma, en cuyas tierras fue vestido con túnica; más tarde reapareció en la edad media, el renacimiento, la revolución francesa y la revolución industrial, donde se sabe que les fue extirpado a las obreras, ya que la constante presión de los pedales de las máquinas de hilar las obligaba a subir y bajar las piernas, subir y bajar, subir y bajar hasta que se iban cortadas.
-Estoy anotando, Maestro. Le ruego que no hable tan rápido.
-En 1955 el clítoris fue visto por primera vez en el cine. Se trata de una película pornográfica de 16 milímetros en blanco y negro, en la que una dama de sociedad se levanta la falda y le exhibe el pubis a un campesino desnudo con bototos. El hombre la arroja sobre unos fardos y le hace el amor con los bototos puestos.
-Creo haber visto las fotos de ese filme, Profesor, salvo la últimas páginas, que estaban pegadas.
-Hecho el imprescindible barniz histórico, sin el cual esta exposición no se comprendería, y aun más, perdería todo peso académico, pasaremos a hablar de la constitución del clítoris.
-Nada digo. Sólo oigo.
-Como he dicho, el clítoris es una especie de piquito que está ubicado en la parte de arriba de la zona genital femenina, agazapado debajo de unas cortinas de carne con reminiscencias de merluza. Cuando se excita con la imaginación o mediante algún ardid físico, que puede ser la yema del dedo meñique, las yemas de dos, tres y cuatro dedos, la palma entera, las dos manos, una pluma, un huevito vibrador, un soplido, una lengua humana o animal, un pepino de ensalada, un calabacín, un zapallo italiano, el encaje del calzón, la costura del jeans, un plátano, una culebra viva, una almohada, un pejerrey recién sacado del agua tomándolo fuerte de la cola, un congrio, mismo procedimiento, el borde del sofá, una lata de coca cola, un caracol, una botella de fanta de las antiguas que tenían rollitos, incluso a veces hasta un pene humano; decíamos que cuando el clítoris se excita, hay mujeres que gritan, otras que gimen, otras que murmuran, otras que se quedan calladas pero que se encienden, y así tantas maneras de excitación como mujeres pueblan el planeta, sin distinción de razas ni religiones. Ya vamos llegando a lo de las monjitas. Esa manifestación de vida del clítoris, reitero, esa especie de hermoso florecimiento, de capullo de rosa que se abre para cantarle a la vida y cantarle al amor como decía Julio Martínez el de verdad, no el Julio Martínez con Paperas, esa manifestación es la que ha provocado las guerras más despiadadas y salvajes de la historia; de allí que la propuesta del profesor Sanguinetti no resulte tan descabellada después de todo.
-¿Qué dijo el profesor Sanguinetti, Profesor Gurusmundu?
-"No se trata de eliminar a las mujeres de la faz de la tierra, sino de extirparles el clítoris de raíz para que no se exciten nunca. Así el hombre desahogará sus pasiones por el ano femenil y los hijos sólo serán el producto de una razonable y planificada necesidad de la pareja", ha dicho el profesor Sanguinetti, candidato a doctor.
-Nunca había leído esta hipótesis, Maestro, y eso que soy lector infatigable de las publicaciones científicas.
-No has fallado, Malacacha. Cabe hacer presente que por causas que se ignoran la comunidad científica, hoy compuesta en alto porcentaje por académicas e investigadoras de sexo femenino, que es como decir mujeres de sexo femenino, no le ha otorgado el beneplácito definitivo a su propuesta. Y dicho lo anterior, entramos a analizar el problema del clítoris en la vida de las monjitas.
-Óigolo, no oso interrumpir, Generalísimo de la Verdad.
-La primera monja en percatarse de la existencia del clítoris en su cuerpo se llamó Sor Rita, quien debía su nombre a que nació el 22 de mayo, día de Santa Rita. Su madre, que era abstemia y tenía muy mala ortografía, la bautizó Genoveva, creyendo que así la protegería del vicio del alcohol, pero cuando entró al convento eligió el nombre Rita, en honor al día de su nacimiento. Con los años se enteró de que santa Rita, que había recibido tres medallas por ser alta, flaca y rubia, era protectora de las causas imposibles, lo que le vino muy bien, como ya se verá. Sor Rita dormía plácidamente en su fría celda de convento cuando de repente despertó con su mano en el conejito. No podía creer lo que le estaba pasando. Aprovechando un rayo de luz de luna que entraba en la celda miró dentro de las sábanas y comprobó que la mano no se quería desprender de su pubis de oro. "¡Ay Jesusito a tus manos entrego mi cuerpo!", se resignó y continuó desarrollando el proceso físico hasta que se fue cortada tres veces, porque el conejito no cesaba de latir y recién como a las dos horas se volvió a quedar dormida.
-Oh.
-Al alba se levantó soñolienta y con sentimientos encontrados le contó su pesaroso descubrimiento a la madre superiora, Sor Ruda. Vale la pena aclarar que ésta tomó su nombre de la planta que la salvó de una delicada enfermedad al esófago. Sor Ruda la mandó de inmediato a confesarse con el padre Manuel Palma. Qué le dijeron al padre Manolo. Apenas la vio entrar, porque era jovencita, se puso un babero, cerró la puerta del confesionario y la arrodilló frente a él.
-Me contaron una vez, Profesor, que el famoso padre Manolo era medio degenereque, porque no contento con hacer de las suyas se consiguió una cámara de vigilancia en el supermercado y la instaló en un ángulo del confesionario. Desde allí grababa las confesiones y las reproducía en su habitación por las noches.
-En efecto, Malacacha. Cuando lo tomaron preso le descubrieron un alto de cintas que llegaba al techo, una sábana de una plaza que usaba de pantalla, un par de audífonos, un escobillón de fierro, un tarro de cera casi vacío, un trapero y un chancho. Cuando le aplicaron corriente en los cocos explicó que el escobillón lo usaba para limpiar cada 15 días el moquillo del parquet. Luego enceraba y pasaba el chancho. Los detectives requisaron las cintas y después las vendieron al mejor postor en un sitio de internet. El lote fue adjudicado en 60 mil dólares a un viejito apellidado Cox.
-¿Qué le habrá confesado Sor Rita al padre Manolo, Maharajá del Placer?
-La confesión de Sor Rita fue la siguiente, según una grabación de la que dispongo merced al ardid de instalar una grabadora en el techo del confesionario.
-¿Y cómo la pudo instalar sin que lo vieran, Maestro 007?
-No lo hice yo, lo hicieron mis hombres.
-Ah.
-Escucha.
(Corre la cinta).
-¿Hace cuánto tiempo que no te confiesas, Sor Rita hijita mía?
-¿Que ya me estái tratando de tú Manolo?
-Entre gitanos no se ven la suerte.
-De ayer, padre, ¿que no se acuerda?
-Dime tus pecados entre ayer y hoy.
-Anoche desperté diferente, padre.
-Cómo diferente.
-Como que tenía calor.
-Y eso que hacía frío.
-Pero tenía calor.
-No te preocupes, hija, que no es pecado sentir calor cuando hace frío.
-Cuando vi debajo de las sábanas tenía la manito puesta en mi cosita peludita porque la manito se estaba calentando en la estufita.
-Ay hombre. Cuál de las dos manitos.
-La manito derecha.
-¿Y la mano izquierda dónde estaba?
-Con la otra manito me estaba apretando un botoncito que tengo aquí.
-Dónde, hija mía.
-Aquí arriba, padrecito. Como un timbrecito.
-¿El de la derecha o el de la izquierda?
-Primero uno y después el otro, padrecito Manolo.
-Eso es muy pecado muy grande, hija mía. A ver, déjame comprobar para saber si es lo mismo que estoy pensando. Hácete más pacacito.
-Ya.
-Muéstrame.
-Esto.
-¿Así te hacías con la manito derecha?
-No tan fuerte, más despacito.
-¿Así?
-No, un poco más fuerte.
-¿Así?
-Así.
-¿Te hago más o está bien así?
-Vuélvase guagüita para mostrarle lo otro. El timbrecito.
-Mmm... glup glup glup pero muéstrame rápido, que me anduve apurando.
(Fin de la cinta).
-¿Ahí termina, Profesor de Magísteres?
-Sí, querido Chalapán. Desgraciadamente el padre Manolo no tuvo tiempo de cambiar la cinta y lo que siguió no quedó registrado, pero en su declaración judicial afirmó que ese delito no lo cargaba él porque lo único que hizo fue hacer feliz a Sor Rita dentro del confesionario a petición expresa de ella. Aseguró, al notar que la mano de la justicia venía pesada, que fue iniciativa "de la monja cochina de Sor Rita ponerse patita al hombro, so pretexto de que mi confesionario era demasiado estrecho". Así declaró el padre Manolo y se salvó jabonado.
-Yo fuera juez lo mandaba preso, ¿o no, Gurú del Vicio?
-Vamos a lo que interesa. Luego de que ambos quedaran libres de las leyes de la tierra vinieron las leyes de Dios. Hubo confesión, perdón y penitencia. Esta última consistió en que Sor Rita abriera la celda cada noche, cuando el reloj diera las doce campanadas, menos aquellas noches en que se encontrara indispuesta. Aclarado todo como corresponde y dado el abrazo de la paz entre los dos, el padre Manolo acompañó a Sor Rita hasta la salida y en el camino le fue explicando la existencia del clítoris.
-¿Qué le dijo, Profesor?
-Le dijo así: "Es como un sapito que se alimenta de yema del dedo y de carne de filorte, hija mía. No lo alimentes demasiado, máximo tres veces en el día. Si lo alimentas con carne de filorte ten cuidado porque el sapito puede engordar hasta que se revienta y de la guata del sapito sale otro sapito y eso es un pecado mortal".
-¿Y obedeció?
-Sor Rita ha obedecido ciegamente hasta el día de hoy.
-Lindo final para la historia. Sumamente gratificante, Gran Maestre del Sapo.
-Tu juventud te hace pisar en falso, Chalapán. Si hubieses puesto atención en mi persona te habrías fijado que no había en mí gesto alguno que se tradujera en finalización del diálogo.
-Mil perdones, Profesor. Pum pam pim me castigo. ¿Queda más?
-Afirmativo. Cuando Sor Rita volvió al convento la estaba esperando Sor Ruda con tres monjas de mediana edad, las cuatro con bigotes y senos caídos. Le preguntaron si el padre Manolo le había contado la historia del sapito. Sor Rita dijo que sí y Sor Ruda las invitó a todas a su cuarto para festejar la iniciación de la novicia. Allí hicieron las de Quico y Caco. El clítoris más grande resultó ser el de Sor Rita, medía seis centímetros. El de Sor Ruda era enano y estaba escondido entre los rollos de carne que le aplastaban la vagina, pero eso la hacía desesperarse más y entre las tres monjas de mediana edad, curtidas, la ayudaban para que se rozara con el piquito de Sor Rita. Al momento del éxtasis la madre superiora gritó, más bien aulló ¡Sor Rita! mientras la novicia gemía ¡Sor Ruda! y ambas ponían los ojos blancos, como en trance. Al día siguiente fueron las cuatro a confesarse con el padre Manolo, pero éste se excusó de atenderlas y mandó a decir que estaba con indigestión porque se había comido un lebrillo de porotos granados. Escuchar eso les dio hambre a las monjitas. Sor Ruda se dirigió a la cocina del convento y se puso a picar cebolla, mientras Sor Tija rebanaba unos tomates y Sor Dera ponía la mesa. Sor Ruda preguntó, con toda ingenuidad, ¿pico para todas? Las monjitas respondieron ¡Síííí!
-Este final me gustó más, Califa de la Concupiscencia.
-Te había dicho, errada pero voluntariamente, que el de Sor Rita fue el primer caso registrado de una religiosa que se percata de la existencia del clítoris. Fue para darle emoción al diálogo, porque la verdad es que las monjas saben del clítoris desde antes de Cristo, nótese la fina paradoja. O sea, antes de que las monjas se inventaran ya practicaban el onanismo.
-Qué interesante.
-A mis oídos llegó el caso de una monja enana que se bajó al pilón de un arzobispo. Resultó ser un pilón venoso y largo como el mapa de Chile, algo delgaducho pero de rígida contextura. Con los meses a la monja enana se le fue deformando el fondo de la garganta y a su muerte se le descubrió durante la autopsia un cototo de carne que le había nacido en la parte de atrás del cuello, similar al de otras monjas que se confesaban con el mismo monseñor. A todo esto el arzobispo fue ascendido a Cardenal y murió pringado. En cuanto a la monja enana, dejó de pecar el día que se metió una lagartija en la vagina y la lagartija le comió el clítoris. A eso quería llegar, Chalapán.
-Una monja enana aparece también en la película Amarcord de Fellini, Gran Maestro.
-Otro caso muy bonito que atañe al género monjil me fue narrado por el Tatán Berríos, un distinguido minero rancagüino. Recuerda que después del golpe de estado o pronunciamiento militar, una patrulla del Ejército allanó por si las moscas el colegio de las monjas y el colegio de los curitas, en pleno centro de la ciudad, y descubrió que ambos establecimientos educacionales se hallaban unidos por un túnel de unos 300 metros de largo -la distancia que los separaba en la superficie-. Al alumbrar el piso y las paredes, los efectivos notaron que estaban llenas de sangre y moco seco, signos indudables de afiebradas orgías del estilo al que le tocó le tocó, practicadas en la húmeda oscuridad del pasadizo subterráneo. Ese día el coronel a cargo del procedimiento decidió llamar al general Augusto Pinochet Ugarte. Éste hizo un alto en sus delicadas labores y se trasladó a Rancagua. Almorzó en el regimiento Membrillar y después de almuerzo ordenó que lo llevaran al teatro de operaciones. Cuando entró al túnel vio con asombro que lo estaba esperando una fila de monjas y curitas en pelota, todos custodiados por un grupo de soldados. "Qué pasa aquí", exclamó. "¡Los vamos a echar como a los perros, para que usted vea cómo lo hacían, mi general!", le dijo el coronel. "Pero cómo van a hacerlo si tienen los miembros lacios", observó Su Excelencia. "¡Los conscriptos los van a calentar por detrás con un cautín!", respondió el coronel de apellido Contreras, y mostró a los soldados con sus respectivos cautines, listos para iniciar el procedimiento. "¡Llévense a todos estos huevones!", ordenó el líder de la Junta Militar, furioso.
-¿Qué pasó después, Gran Maestro?
-Las monjitas se fueron rezando para un lado del túnel y los curitas se fueron para el otro lado. Al general Pinochet se le fue la vista al poto de la monja que iba al último y le dio una arcada. Ordenó tapiar el conducto. "Curas perversos, no les basta con los cabros chicos", refunfuñó. Y se dice que desde ese día les tomó odio a los religiosos.
-Le ruego que extraiga otra anécdota de su amplio repertorio, Mandamás Supremo.
-Me agotan los recuerdos y se me seca la garganta. Alcánzame la botella de coñac, querido Chalapán.
-Aquí está, Profesor. ¿Le sirvo?
-Sí, por favor. Con elegancia.
(Gllrrlrlrlrlrlrrr...)
-Así no, tonto.
-Perdón, Profesor.
-La cagaste. ¿Qué hago ahora con la copa llena?
-Devuelvo lo que sobra a la botella, Maestro. Tengo buen pulso.
-Anda a buscar el embudo, chuchetumadre.
-Aquí está, Master.
-Échalo con cuidado, no vayái a botar ni una gota, mira que me lo mandaron de Francia.
-¿Así, Gurú?
-¡Puta huevón estái botando el coñac! Déjame hacerlo a mí.
(Realizado el procedimiento se produce un silencio mortal. El Profesor Bruburunbu Gurusmundu suspira, bebe un sorbo, luego aspira su habano y le lanza una bocanada de humo a Chalapán Malacacha).
-¿En qué íbamos, Malacacha?
-Usted se iba a dignar a relatar otra anécdota referente al tema del clítoris de las monjitas, Capitán General de la Amoralidad.
-Ya me acordé. Un distinguido socio, hermano del señor Cofone, a quien se le recuerda que debe tres cuotas, contaba que a su sex shop de calle San Diego llegó un hombre de mediana edad a comprar penes falsos con arneses. Era el chofer de un auto en el que viajaban cuatro monjitas. El hermano del señor Cofone les iba pasando las cornetas con cinturón al chofer y el chofer las levantaba y se las mostraba a las monjitas, quienes aguardaban dentro del vehículo estacionado frente al sex shop. Desde el auto las monjitas decían ese sí, ese no, ese tampoco, ese sí, etc. Cuando el hermano del señor Cofone le preguntó al chofer si a las monjitas no les bastaba con los curas, el chofer dijo, textual: "Pero si ahora todos los curas son del otro equipo". El hermano del señor Cofone envolvió las corontas en papel de regalo, por separado, y el auto desapareció por las calles de la ciudad. Anochecía.
-Cuesta creer que sea cierto, pero si lo dice un Profesor de su talla yo lo creo a pie juntilla.
-Hace poco llegó a mis oídos el caso de una monjita que ante la escasez de papel higiénico se limpió el poto con la mano y luego cometió el craso error de masturbarse. A la semana le salieron gusanillos en el clítoris y ahora tiene como doce clítoris, su vagina se parece a la cabeza de la Medusa y si un curita se agacha a besarle el conejito experimenta un vahído y queda petrificado. Prometo desarrollar este caso en una próxima oportunidad.
-¿Puedo hacer mi humilde aporte, Profesor?
-Habla, Chalapán.
-A todo esto, ya debería ir quedando claro que el problema del clítoris en la vida de las monjitas es que lo tienen, y muy bien puesto.
-Bien dicho. Un recordado cardenal acudió al convento de Sor Ruda y propuso extirparles dicho organillo a las internas, con la promesa de que así alcanzarían la felicidad también en la tierra, puesto que sacándose de encima ese menudo problema podrían dedicarse completamente al servicio de Dios.
-¿Y las religiosas aceptaron la propuesta?
-Me contaron que hace poco El Vaticano le arrendó el edificio del convento a una universidad privada porque ante la sugerencia del cardenal todas las monjas hicieron una huelga y terminaron cambiándose de congregación. Antes de que las rebeldes fueran sentadas en el cajón con vidrios fueron llamadas a terreno por el obispo de la diócesis. Se les ofreció un retiro con todas las comodidades habidas y por haber, para que confesaran el motivo de la huelga y del cambio de congregación. Luego de una opípara cena, en el momento en que disfrutaban de una vaina frente a la chimenea, el obispo les ofreció la palabra. Las monjitas estaban cachudas y ninguna se atrevía a hablar, pero no faltó la que se había tomado hasta el agua del florero y dijo la firme. Era Sor Presa, quien habló así: "Padre nuestro, lo que usted quiere saber no pertenece al reino de los cielos, así que yo creo con todo respeto que usted no tiene jurisdicción en el asunto, a menos que nos demuestre que sí le atañen también los problemas terrícolas".
-¿Andaba Sor Presa con gato encerrado, Maestro?
-Verás. Las monjitas se iban entusiasmando. El obispo las miró ¡con unos ojos! y mientras paladeaba su cognac, dando vuelta la lengua alrededor de la copa, respondió así: "A una por una no les puedo responder, porque como usted bien insinúa, hermana Sor Presa, los asuntos terrícolas tienen otro ritmo, más complicado, más cansador. Pero si gusta pasar enseguida Sor Rita a mis aposentos privados, con gusto le daré la fórmula que ella les podrá transmitir a las demás. ¿Les parece?".
-Prosiga, Gran Maestre. Me tiene en ascuas.
-Las monjitas rebeldes pidieron un minuto de confianza y a la vuelta respondieron que no, menos Sor Rita, quien guardó silencio. Sor Ruda tomó la palabra y propuso a monseñor que mostrara delante de todas. Monseñor mostró y las monjitas se levantaron las faldas y se pusieron en fila. El prelado iba pasando frente a ellas y les daba la bendición con un suave roce, y las monjitas iban cayendo como dominós, porque sus ansias las perdían al instante. Luego el conjunto de religiosas fue sentado en el gran cajón con vidrios y al día siguiente se las envió a evangelizar a los negros del Congo, donde por fin conocieron lo que era la felicidad de verdad.
-He leído en los grandes textos apócrifos de la religión católica, Misericordioso Dictador, que las monjitas tienen dos maneras de enfrentar el problema del clítoris en sus vidas. La primera, denominada Manera Científica, consiste en aplicarse mañana, tarde y noche una solución de dimecaína al diez por ciento en la zona genital, mediante un ligero roce con la yema de los dedos. Para ello utilizan un ungüento que Sor Ruda les reparte mensualmente a cada una. Las monjitas avisan que van a echarse ungüento y vuelven al rato a sus quehaceres. Lo más curioso es que a final de mes los frasquitos siguen llenos de ungüento, lo cual da en el convento para hablar de milagros. La Manera Espiritual, que es la segunda, consiste en ignorar la existencia del endiablado animalillo. Las monjas oran, levitan y alcanzan un estado de éxtasis en el que no le cabe ninguna responsabilidad al bajo vientre. Lamentablemente esta manera sólo es propia de las grandes santas, de las doctoras de la iglesia.
-Había guardado el mejor de tus aportes para el final, Malacacha. ¡Cómo estás aprendiendo de tu maestro!
-Humildemente, Profesor.
-Creo que esta conversación acaba aquí, querido Chalapán. El clítoris de las monjitas da para una enciclopedia, pero no es mi ánimo inundarlos con mi erudición. Para eso está el profesor Velis-Meza. En todo caso, dicha enciclopedia fantástica se ahorraría miles de páginas si se hiciera carne la propuesta del profesor Sanguinetti y las monjitas no tuvieran clítoris, ya que se lo pasarían rezando, barriendo el convento y estudiando las vidas de los grandes santos. Honor, templanza y dignidad.
-Honor, templanza y dignidad.