html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="en" lang="en" dir="ltr"> Diálogos picantes del Profesor Bruburundu Gurusmundu y su ayudante Chalapán Malacacha: La dramática paradoja del negro de la tula chica

sábado, 24 de abril de 2010

La dramática paradoja del negro de la tula chica

-Buenas tardes, Profesor Gurusmundu.
-Hola, Chalapán, llegas antes de lo estipulado.
-Si gusta me voy y vuelvo a la hora señalada.
-No, quédate. Será mejor, tendremos un poco más de tiempo para desarrollar nuestros diálogos.
-Esa fue justamente la idea que brotó de mi mollera y que usted ha interpretado a la perfección, Doctor de Doctores.
-Me parece que el tema a tratar tenía que ver con la raza negra.
-Afirmativo, Profesor. Acordamos intercambiar opiniones sobre la dramática paradoja del negro de pico chico.
-Toma asiento y escucha. Hay brandy y habanos.
-Dejé de beber y de fumar, Maestro.
-¿Cuándo?
-Anoche.
-Pues bien, yo me fumaré un cigarro. El buen tabaco me hace razonar mejor y qué decir si lo acompaña con un brandy...
-Hable, Excelentísimo Maestre.
-Me atrevería a afirmar, aventajado discípulo Malacacha, que no existe en los anales de la ciencia un caso tan desconcertante y, digamosló, penoso, desdichado, doloroso, como el del negro de la coronta diminuta. Incluso la escandalosa paradoja del cura califa y la del capitán de barco que sufre de vértigo se ven disminuidas ante el portentoso contrasentido que encierra el pene subdesarrollado de un pobre hombre de color.
-Es verdad, Profesor. Nuestra mente y sobre todo la de la mujer asocia al negro con el filorte grande.
-Es un personaje trágico en sí mismo. Luego de llegar a su edad adulta, el negro de manguaco menudo desarrolla una sostenida y creciente tendencia a la autoeliminación. Su equivalencia femenina es la negra de poto seco, con la diferencia que ésta puede inyectarse las más variadas sustancias que le hagan redondear sus cachetes, mientras que el negro a lo más podría forrarse la herramienta con plasticina, sin conseguir el efecto deseado, a menos que se trate de un artista de la plasticina.
-Ya que lo menciona, distinguido Profesor, me tomé el trabajo de buscar en los archivos. En el acápite de las curiosidades las crónicas deportivas registran 34 suicidios ocurridos tras el pitazo final de la Copa del Mundo de 1950 que tituló campeón a Uruguay y que fue conocido en el mundo entero como "El Maracanazo".
-No veo la relación, imberbe Chalapán.
-Los 34 hombres que se arrojaron al vacío desde los asientos más elevados del gigantesco estadio eran negros, de edades que fluctuaban entre los 30 y los 75 años.
-¿Qué me quieres decir con eso? ¿Desafías mi inteligencia? ¡Echa luego afuera!
-Lo que no dicen las crónicas, Ilustre Catedrático de la Verdad Erótica, pues los periodistas no se tomaron el tiempo para investigar, fue que todos ellos tenían el miembro estilo lombriz, corto y delgado. El comentario pertenece al anatomopatólogo doctor Henrique de Arambaizú, a quien le correspondió la penosa misión de dirigir las autopsias y redactar el correspondiente protocolo. El informe se encuentra disponible en los archivos de la morgue de Río de Janeiro, carpeta número 3.122, folio 16.707.
-Qué interesante.
-La conclusión del doctor De Arambaizú para los 34 decesos es científicamente definitiva y por ende, exenta de imaginación: muerte por traumatismo múltiple...
-Déjame hasta ahí, Chalapán. A quien habla le basta ese dato acerca del aparato sexual de los suicidas, unido a los diversos estudios sobre el tema llevados a cabo en los más prestigiosos centros de estudio del mundo, entre los que se cuentan las universidades de Potosí, Chicago y Detroit, para concluir que los 34 afrobrasileños del Maracaná utilizaron la excusa de la derrota para llevar a cabo algo que preparaban hace mucho tiempo: poner fin a sus días de humillación y desencanto luego de haber perdido la esperanza de que se les desarrollara la corneta como Dios manda.
-A eso quería llegar, Mandamás, pero usted lo resumió mejor que yo.
-Ahora te formulo la pregunta crítica: ¿Cuál es el problema del negro de diuca enana, habiendo tanto cristiano desparramado por el mundo que la tiene corteira?
-Me atrevería a decir que es la expectativa que forjan, y el prejuicio en torno a su dotación.
-Cargas más enormes que el peso que soporta Atlas, mi querido Chalapán. ¿De verdad no te apetece una copa? ¡Estás con una cara!
-Me voy a aguantar otro poco, Profesor. Debo ser firme en mis determinaciones.
-Para ilustrar la idea anterior te voy a contar una anécdota de tres amiguis que andaban en busca de placeres malsanos que aliviaran sus sapitos inflamados. Las damas, de dudosa reputación, pero damas aún, no meretrices, entraron a un pub, hicieron cambio de luces con dos jotes de raza blanca y uno de raza negra y cuando llegó el momento de la repartija las tres se querían comer al negro, pero triunfó la más viva y se lo llevó a su departamento, para ella solita. Se desnudó sin que le dijeran nada y al momento de bajarse al pilón descubrió con pavor que la herramienta del pobre zulú era más chica que un filtro de cigarro. Al otro día, típico, contestó con esta frase la consulta que le hicieron sus dos envidiosas amiguis, pregunta y respuesta cuyas vulgaridades vamos a atenuar con eufemismos. Pregunta: "¿Y de qué porte lo tenía el negro?". Respuesta: "Papalapapiricoípi. Terminé en la posta; me tuvieron que poner cuatro puntos". Así se va incrementando la leyenda y del mismo modo, día tras día, el peso de la expectativa y del prejuicio hunden más y más al negro en el fango de la desesperación.
-¿Dispone de más anécdotas como esas, Gran Maestro?
-Una tarde el negro entró a la iglesia. Se arrodilló frente al altar y así rezó, con los brazos abiertos: "¡Diosito santo! Dale a este pobre negro algo más de carne en su zona genital. Te lo pido en nombre de todos los angelitos negros que pueblan el cielo". Al otro día amaneció con una hernia testicular. Como era supersticioso, partió a la iglesia a agradecerle a Dios, pero no iba contento.
-Está sonando su celular, Profesor.
-Discúlpame un momento, Chalapán. Hablaré desde la otra habitación.
-No se preocupe.
(¿Doctor?... Muy bien gracias y usted... Por supuesto... Sí... Sí... Sí... No... No... No... Me sale un hilito... No, un chorro pequeño... Sí, sí, justo, quedo con ganas de orinar, le achuntó medio a medio... Pero no me hace mucha gracia... ¿No hay otra forma?... ¿Seguro que no duele?... ¿Mañana a las tres? Sí, sí puedo... gracias doctor hasta mañana).
-Era uno de mis admiradores. Quería saber por qué las mujeres se excitan cuando uno les pasa un cubo de hielo por los pezones mientras que los hombres quedan cachoparagua cuando la mujer les pasa el mismo cubo de hielo por los cocos.
¿Y qué le dijo?
-Que no preguntara huevadas a esta hora. Y menos gratis... ¡Gratis quería el rotito! ¿En qué íbamos?
-En que el hombre le pedía favores a Dios, Gran Maestro.
-Prueba de que el negro de la diuca enana, miserable espécimen, se dice espécimen, no especimen, se va hundiendo en la zozobra de la debacle sicológica. Todas las mañanas, al despertar, junto con rascarse los higos secos en el baño antes de ducharse, se lamenta: ¡Por qué no habré nacido blanco! De pura rabia practica el onanismo con una pinza de cejas. Cuando llega el momento del éxtasis u orgasmo, el miembrito desaparece bajo una lanchada de cuáker. Porque a todo esto la cantidad de fluido que expele el chuagualín es la misma, si no mayor, que la que arroja una coronta normal, ya que sabido es que ese tema se relaciona más con la próstata y los higos que con el tamaño del Julio Martínez con Paperas. Por otra parte, y debiendo efectuar un menor recorrido para salir a la superficie, el moquillo va dejando menos sustancia a su paso, pero veo que me estoy enredando y encima me dieron ganas de orinar cuando hablé del maldito órgano masculino que tarde o temprano nos pasa la cuenta. Espera un  momento.
-Vaya tranquilo, Profesor.
-¿Te vas a servir la copa?
-Casi le diría que sí.
(El Profesor Bruburundu Gurusmundu va y vuelve).
-Retomo el hilo, Chalapán. Cierto día llegó el negro a mi consulta.
-¡Vino!
-Lo habían traído a la rastra y resultó ser un tipo sumamente humilde. "Cuénteme qué le pasa, hombre", le pregunté, dándomelas de doctor de verdad, de esos que dan remedios.
-¿Y qué le contó el negro, Profesor?
-Me dijo: "Pobre negro bembón humillado, clavizado, ¡pintor pinta puro angelito blanco y angelito blanco hizo salir hénnia!", y me lloraba.
-¿Lo consoló?
-Le dije cálmese hombre. Tómese una pastilla.
-¿Y qué hizo el negro?
-Me dijo "gracias dotorcito. Pobre negro bembón, apaleado como perro, se burlan de pobre negro en los camarines porque humilde negro tiene la tula chica. ¡Deme remedio, dotorcito!".
-¿Y qué remedio le dio al negro, Profesor?
-Lo hice salir con un yo-yo y se fue bastante contento. Al menos recuperó el semblante.
-Mis informadores me aseguran que el negro de diuca microscópica es cliente asiduo de la óptica GMO, Maestro del Vicio. Me han dicho que posee una colección de lupas de última generación, que utiliza para agrandarse la corneta según su estado de ánimo.
-Buen aporte, Chalapán.
-Un día se masturbó en el campo, pero a la lupa le daba justo el sol. Le empezó a salir humito del cuero y se quemó los pendejos.
-Tu historia me hace recordar otra anécdota del negro de pene infantil. Estaba tan acomplejado que cuando fue a la playa se puso un hígado fresco de vacuno dentro de la zunga para que se le viera un paquete, pero cuando iba caminando por la arena el hígado se soltó y se le escurrió por la pierna. Ejemplos hay muchos, pero para qué ahondar en el sufrimiento del desdichado. Para hacerse una idea aún más exacta de su mala suerte, baste compararlo con otros dos ejemplares: el negro malo para la pelota y, también en materia sexual, el enano, otra fantasía femenina, especialmente si se trata de un enano vedetto. Como para estos efectos el negro malo para la pelota no nos interesa y además ya le dedicamos un párrafo al Maracanazo, nos concentraremos en el caso del enano de dotación vergonzosa, el cual guarda cierto parecido con la situación del negro de la diuca enana. Dejaremos para otra ocasión el análisis del enano negro de pene más chico que un dedal, nacido en Zambia y que aparece en la última edición del libro Guinness.
-¿Existen ejemplares así, Maestro?
-En efecto. El enano de exigua dotación, al contrario del negro de la diuca enana, se las arregla para superar su complejo a costa de subterfugios. Como se sabe que los enanos vedettos tienen la media herramienta y la imagen residual de los Martes femeninos persiste erradamente en las mentes de las tiernas amas de casa que asistieron a dicho espectáculo, el enano de bálano pequeño, que no es el mismo de los Martes femeninos, aprovecha esa imagen almacenada en el cerebro y procede, porque sabe que a los ojos de las mujeres todos los enanos son iguales. Y así, mientras los maridos de estas dueñas de casa se sacan la cresta trabajando, ellas le abren la puerta al primer enano que aparece vendiendo suscripciones. ¡Cuántas habrán caído en la trampa y habrán terminado hechas suyas por el enano entero, ya que el tamaño de su piquito de niño no hacía ni el ancho de la corneta que recordaban en aquellas noches del pecado!
-Me cuesta creer que haya mujeres así, Profesor.
-Pero hay damas con experiencia. Y así como éstas detectan al hombre bien dotado por su cara de tontorrón y calcetín de elástico vencido, sienten desconfianza hacia los enanos con camisa a rayas y volviendo al tema, especialmente hacia los negros enamoradizos. Porque si bien no siempre corresponden a ejemplares de diuca enana, su experiencia les demuestra que, al menos en un 75 por ciento de los casos, los negros enamoradizos poseen penes infantiles (al igual que los enanos que visten camisa a rayas). De allí que durante la cita previa a la cópula, y para no ensartarse al revés, utilicen la argucia de escarbar en el pantalón con un pretexto cualquiera para aprovechar de medirlo.
-¿Por qué el negro de miembro viril mínimo es enamoradizo, Gran Maestro?
-Por su depresión endógena, producto del trauma que arrastra desde su más tierna infancia, cuando ya se comparaba inconscientemente con sus compañeros en la clase de gimnasia. El peso de la culpa de fallarle a su raza le hizo nacer una especie de sensibilidad ante los avatares de la existencia, que desembocó lógicamente en enamorarse de la primera hembra que se le cruzó por el camino, creyendo que sería perdonado. ¡Falso, grone! ¡Las mujeres sólo buscan en su negro sabroso al Papalapapiricoípi de sus retorcidas fantasías! De modo que, abandonada la esperanza de que le crezca el quetejedi y angustiado de soportar las risitas femeninas, el negro del hongo de duende toma finalmente la drástica decisión de colgarse.
-¿Se autoelimina como en el Maracaná?
-No, Chalapán. Esos actos de heroísmo ya no se ven en nuestros días. Las personas que se asoman a la ventana y miran para adentro pueden verlo en la pared, con una bola de fierro en suspensión, unida a una cadena que va a dar al filorte. Terminada la operación al final del día y retirado el instrumento de su órgano sexual, la corneta registra un alargamiento de dos centímetros y pico, pero durante la noche la naturaleza se encarga de irla recogiendo como gusanito y al llegar la mañana ya ha vuelto a su tamaño original. Y no habría más que hablar. Por ahora. Honor, templanza y dignidad, querido Chalapán.
-Honor, templanza y dignidad, Maestro Perfecto.

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